Reflexiones sobre la “¿in-utilidad?”, a los fines prácticos, de una lengua C en el mercado privado de la interpretación.
Según la definición del SCIC (http://ec.europa.eu/dgs/scic/what-is-conference-interpreting/language-combination/index_es.htm), las lenguas C son “lenguas de las cuales el intérprete tiene una perfecta comprensión y a partir de las cuales trabaja”; según el parecer de algunos intérpretes funcionarios, el “C” es “un idioma del que interpreto, pero con el cual no me sentiría cómodo usándolo en el país donde se habla, incluso para ir a comprar el pan o un litro de leche.” Siempre de acuerdo al SCIC, son “algunos” los intérpretes que trabajan en retour y, de hacerlo, lo hacen solo en una modalidad – y cito las palabras: ”Algunos intérpretes trabajan hacia su lengua «B» únicamente en una de las dos modalidades de interpretación”. Ahora bien, a los que nos enfrentamos cada día al mercado privado, puede que leer estas palabras nos provoque una especie de “síndrome de París lingüístico”, la sensación de que la realidad interpretativa institucional sea muy diferente de la nuestra. Lejos de enzarzarme en polémicas meritocráticas, puesto que es cierto que las pruebas de admisión para dichos puestos son muy duras y que me encantaría poder acceder a ellas ¡si solamente mi combinación resultara interesante!, me gustaría reflexionar sobre la quimera de las lenguas C en el mercado privado. Considero que la poca razón de ser de esta entidad llamada “idioma C” no solo reside en los presupuestos cada vez más ajustados de empresas/instituciones/organismos o agencias contratantes, sino también porque – y es lo que más toca mi cuerda deontológica- casi siempre, en los eventos comunicativos, hay contacto directo con los ponentes (antes o después del evento, en las comidas, los descansos, o por meras “necesidades de sobrevivencia”, es decir el simple hecho de hablar con el/ella si nadie nos ha puesto en antecedentes de antemano sobre “de que va a hablar”…) por todo esto, considero que el hablar a trancas y barrancas el idioma del ponente, o entenderle a la perfección sin poderle contestar con las debidas palabras, no sería la mejor tarjeta de visita a la hora de presentarnos como su intérprete. Hace ya tiempo que me he despojado del concepto de idiomas C, en mi caso el inglés y el alemán: soy intérprete turístico habilitado en Italia para estos idiomas, puedo sostener una conversación general a una velocidad oratoria normal y sin ir a “rascar” las palabras incrustadas en mi acervo lexical, como hago con la costra del parmesano para aprovecharlo todo. Pero ni de lejos se me ocurriría aceptar un encargo de simultánea o consecutiva, por miedo al fantasma que siempre acecha de esa palabra “imprescindible” para la delivery o una expresión idiomática impenetrable…así que, mi querida lengua C, por mucho C…ariño que te tenga, más te tengo que C…uidar si algún día querré C…ontigo trabajar!
Según la definición del SCIC (http://ec.europa.eu/dgs/scic/what-is-conference-interpreting/language-combination/index_es.htm), las lenguas C son “lenguas de las cuales el intérprete tiene una perfecta comprensión y a partir de las cuales trabaja”; según el parecer de algunos intérpretes funcionarios, el “C” es “un idioma del que interpreto, pero con el cual no me sentiría cómodo usándolo en el país donde se habla, incluso para ir a comprar el pan o un litro de leche.” Siempre de acuerdo al SCIC, son “algunos” los intérpretes que trabajan en retour y, de hacerlo, lo hacen solo en una modalidad – y cito las palabras: ”Algunos intérpretes trabajan hacia su lengua «B» únicamente en una de las dos modalidades de interpretación”. Ahora bien, a los que nos enfrentamos cada día al mercado privado, puede que leer estas palabras nos provoque una especie de “síndrome de París lingüístico”, la sensación de que la realidad interpretativa institucional sea muy diferente de la nuestra. Lejos de enzarzarme en polémicas meritocráticas, puesto que es cierto que las pruebas de admisión para dichos puestos son muy duras y que me encantaría poder acceder a ellas ¡si solamente mi combinación resultara interesante!, me gustaría reflexionar sobre la quimera de las lenguas C en el mercado privado. Considero que la poca razón de ser de esta entidad llamada “idioma C” no solo reside en los presupuestos cada vez más ajustados de empresas/instituciones/organismos o agencias contratantes, sino también porque – y es lo que más toca mi cuerda deontológica- casi siempre, en los eventos comunicativos, hay contacto directo con los ponentes (antes o después del evento, en las comidas, los descansos, o por meras “necesidades de sobrevivencia”, es decir el simple hecho de hablar con el/ella si nadie nos ha puesto en antecedentes de antemano sobre “de que va a hablar”…) por todo esto, considero que el hablar a trancas y barrancas el idioma del ponente, o entenderle a la perfección sin poderle contestar con las debidas palabras, no sería la mejor tarjeta de visita a la hora de presentarnos como su intérprete. Hace ya tiempo que me he despojado del concepto de idiomas C, en mi caso el inglés y el alemán: soy intérprete turístico habilitado en Italia para estos idiomas, puedo sostener una conversación general a una velocidad oratoria normal y sin ir a “rascar” las palabras incrustadas en mi acervo lexical, como hago con la costra del parmesano para aprovecharlo todo. Pero ni de lejos se me ocurriría aceptar un encargo de simultánea o consecutiva, por miedo al fantasma que siempre acecha de esa palabra “imprescindible” para la delivery o una expresión idiomática impenetrable…así que, mi querida lengua C, por mucho C…ariño que te tenga, más te tengo que C…uidar si algún día querré C…ontigo trabajar!
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